sábado, 27 de marzo de 2010

IMA SUMAC


Cuando Ollantay, el célebre guerrero inca, vio a la princesa Cuciccyllar, el amor se apoderó de su corazón, y cuando supo que la “ñusta” le correspondía con igual intensidad, se dirigió al inca para pedirle la mano de su hija.

Tanto atrevimiento enfadó al monarca, quien despidió al guerrero con frases hirientes.
Al día siguiente ambos enamorados, casados en secreto, se dieron a la fuga. Ollantay llevaba consigo un reducido y selecto grupo de amigos y fieles soldados.

Los ejércitos del inca marcharon contra el general rebelde y lo persiguieron tenazmente, sin conseguir vencerlo ni apresarlo.

Ollantay se guarneció, finalmente, en la fortaleza que aún lleva su nombre. Allí resistió un largo asedio y logró, a la postre, derrotar a su soberano, por lo que pudo vivir en paz y felicidad con su amada esposa.

Fruto de aquellos amores fue Ima-Sumac, y al abrigo de aquellos muros inexpugnables creció la niña, sana, fuerte y hermosa, sintiendo cada día aumentar el cariño que profesaba a sus padres, quienes la adoraban.

El inca no pudo soportar el abandono de su hija predilecta ni la rebeldía de su general Ollantay, y murió agobiado por el dolor.

Tupac-Yupanqui, su hijo y heredero, quiso castigar a los culpables y sitió la fortaleza, que Ollantay defendió con arrojo y pericia inigualables. Ya se retiraba el joven inca sin haber podido cumplir sus propósitos, cuando la traición de uno de los oficiales de Ollantay puso en sus manos lo que tanto ansiaba.

Airado y sediento de venganza aprestábase Tupac-Yupanqui a decretar la muerte de Ollantay y la reclusión perpetua de la princesa cuando, violando leyes y costumbres, se presentó ante él una hermosa niña, pálida y sollozante. Era Ima-Sumac, quien se postró a sus plantas y le ofreció su vida a cambio de la de sus padres.

viernes, 26 de marzo de 2010

GOLEM


En el folklore medieval inspirado en la tradición mística hebrea, el término Golem designa a un embrión que aún debe expresar sus potencialidades.

Las leyendas lo presentan como un ser creado artificialmente, mediante prácticas mágicas.


En Salmos 139:16 hallamos el término gomy, con el significado de mi embrión. Según fuentes hebreas de Europa oriental, esta criatura modelada de arcilla roja como Adán (del sumerio Dam, que significa rojo y Adama, o arcilla), cobra vida sólo cuando su creador inscribe el nombre de Dios en su frente.

En una leyenda medieval se relata que el filósofo Solomon Ibn Gabirol logró crear una joven Golem, a la que podía dar vida escribiendo la palabra clave en su frente, pero la redujo a polvo al borrar el nombre por el temor de ser acusado y condenado por brujería.

En el relato El Golem de Chelm se aborda el mismo mito, auténtico antecedente judío del famoso tema de la criatura del Dr. Frankenstein. En esta ocasión, el rabino Elijah -responsable de haber animado a la criatura- también se ve obligado a borrar la palabra Dios de la frente del Golem que creó, ante la furia destructiva que se apoderó de ésta cuando se volvió contra el pueblo judío.

Pero tal vez la tradición más conocida que hace referencia al Golem tiene como protagonista a un judío de Praga -el rabino Loew-, que habría creado uno en el s XVI con el fin de proteger a los hebreos de las persecuciones de que eran objeto.

Sin embargo, más allá de todas estas leyendas y relatos populares que lo presentan como una criatura monstruosa, probablemente estamos ante una historia elaborada con un objetivo mucho más ambicioso y noble: explicar y transmitir los más recónditos y secretos principios del misticismo y del hermetismo hebreo.

Algunos autores ven en este mito un complejo simbolismo alquímico, cuyas huellas se remontarían incluso hasta el Génesis bíblico.

Criatura en estado embrionario, animada por el ser humano mediante fórmulas mágicas secretas, el Golem sería una alegoría del hombre durmiente prisionero de la materia, que esta condenado a ser un autómata hasta reconocer en sí mismo su naturaleza divina y despertar a la auténtica realidad y a la vida del espíritu.

El mito del Golem realiza, por lo tanto, el anhelo ancestral del Hombre de convertirse en Dios-Creador. A imagen de cómo Dios crea al hombre, el rabino modela el Golem y, como el alquimista, al imitar al Creador también él desarrolla sus propias potencialidades como ser divino.

Autor: Roberto Volterri.

jueves, 25 de marzo de 2010

EL POMBERO Y LOS NIÑOS.


En los montes y en los esteros de Corrientes cuentan que el Pombero es un hombre alto y flaco, cubierto con un grandísimo sombrero de paja, que recorre los lugares solitarios a la hora de siesta para proteger a los pajaritos de la selva.

Porque el Pombero sabe que los chicos del campo, justo a esa hora, suelen escaparse de sus padres -que, sobre todo en verano, duermen largas y profundas siestas- para cazar pajaritos.

Y si el Pombero se cruza con algún chico vagando con esa intenciones -¡que no lleve, por Dios, una honda o gomera en la mano, o colgada del cuello!-, primero trata de disuadirlo, cosa que por lo general consigue. Pero, si no lo logra, ¿es capaz de llevárselo, separándolo para siempre de sus padres!

Por eso los chicos que conocen al Pombero respetan a los pajaritos de la selva, para que sigan alegrando con su canto, más y más generaciones de chicos y de grandes.

miércoles, 24 de marzo de 2010

KÓOCH, EL CREADOR DE LA PATAGONIA


Según cuentan los tehuelches, hace muchísimo tiempo no había tierra, ni mar, ni sol... solamente existía la densa y húmeda oscuridad de las tinieblas. Y en medio de ella vivía eterno, Kóoch.

Nadie sabe por qué, un día Kóoch, que siempre se había bastado a sí mismo, se sintió muy solo y se puso a llorar.

Lloró tantas lágrimas, durante tanto tiempo, que contarlos sería imposible. Y con su llanto se formó el mar, el inmenso océano donde la vista se pierde.

Cuando Kóoch se dio cuenta de que el agua crecía y que estaba a punto de cubrirlo todo, dejó de llorar y suspiró. Y ese suspiro tan hondo fue el primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la niebla y agitando el mar.

Algunos dicen que fue así, por los empujones del viento, que la niebla se disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue Kóoch el inventor de la claridad.

Cuentan que, en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del negro espacio y, como no podía ver con nitidez, levantó el brazo, y con su gesto hizo un enorme tajo en las tinieblas.

Dicen también que el giro de su mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol.

Xáleshen, como llaman los tehuelches al gran astro, se levantó sobre el mar e iluminó ese paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el viento, cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerse bajo su tocado de espuma.

El sol formó las nubes, que de allí en más se pusieron a vagar, incansables, por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente, y a veces en forma tan violenta que las hacía chocar entre sí.

Entonces las nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos.

Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra.

Primero hizo surgir del agua una isla muy grande, y luego dispuso allí los animales, los pájaros, los insectos y los peces.

Y el viento, el sol y las nubes encontraron tan hermosa la obra de Kóoch que se pusieron de acuerdo para hacerla perdurar: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia bienhechora, el viento se moderaba para dejar crecer los pastos... la vida era dulce en la pacífica isla de Kóoch.

Entonces el Creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra tierra cercana y se marchó al horizonte, de donde nunca más volvió.

Y así hubieran seguido las cosas en la isla de no ser por el nacimiento de los gigantes, los hijos de Tons, la Oscuridad.

Un día, uno de ellos, llamado Noshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caverna.

Sus hermanas buscaron a la desaparecida a lo largo y a lo ancho del cielo, pero nadie la había visto. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta. El agua corrió sin parar desde lo alto de las montañas, arrastrando las rocas, inundando las cuevas de los animalitos, destruyendo los nidos, arrasando la tierra en una inmensa protesta...

Después de tres días y tres noches, Xáleshen quiso saber el motivo de tanto enojo y apareció entre las nubes.

Enterado de lo sucedido, esa tarde, al retirarse detrás de la línea donde se junta el cielo con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y Kóoch contestó:

-Te prometo que, quienquiera que haya raptado a Teo, será castigado. Si ella espera un hijo, ése será más poderoso que su padre.

A la mañana siguiente, apenas asomado, el sol comunicó la profecía a las nubes agolpadas en el horizonte y éstas, enseguida, se la contaron a Xóchem el viento, que corrió hacia la isla y difundió la noticia aquí y allá, anunciándola a quien quisiera oírla.

Y el chingolo se lo contó al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú al zorrino, el zorrino a la liebre, al armadillo, al puma.

Después Xóchem sopló el mensaje en la puerta de las cavernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse.

Así escuchó Nóshtex las palabras de Kóoch, y tuvo miedo de su pequeño enemigo, que ya vivía en el vientre de Teo. "Voy a matarlos", pensó, "voy a matarlos y a comérmelos a los dos".

Golpeó salvajemente a Teo mientras dormía, arrancó al niño de sus entrañas y, sin mirar a su hijo abandonado en el suelo de la caverna, la despedazó.

Pero alguien más, adentro de la cueva, había escuchado a Xóchem. Era Ter-Werr, una tuco-tuco que vivía en su casa subterránea excavada en el fondo de la gruta.

Dicen que fue ella la que salvó al bebé, la que, sigilosamente, en el mismo momento en que el monstruo levantaba a su hijo para devorarlo, le mordió el dedo del pie con todas sus fuerzas, la que escondió al niño debajo de la tierra antes de que el gigante pudiera reaccionar...

Sin embargo, el refugio era demasiado precario.

Nóshtex cruzaba la caverna haciéndola temblar con sus pasos de gigante, recorría la isla buscando al cachorrito que apenas había visto, a ese hijo que en cuanto creciera iba a traicionarlo.

Entonces Terr-Werr pidió ayuda al resto de los animales: ¿dónde esconder al bebé?, ¿cómo ponerlo a salvo del gigante?

Cuentan que todos los animales hicieron una asamblea para discutir el asunto.

Que el Kíus, el chorlo, era el único conocedor de la otra tierra que, más allá del mar, había creado Kóoch antes de recluirse en el horizonte, y que propuso enviar allí al niñito. Así comenzaron los preparativos para la fuga secreta.

Una madrugada, cuando el hijo de Teo y el gigante estuvo listo para partir, Terr-Werr lo llevó hasta las inmediaciones de una laguna y lo escondió entre los juncos.

Desde allí llamó a Kíken, el chingolo, para que a su vez transmitiera el mensaje: todos los animales fueron convocados para escoltar al niño. Algunos, como el puma, se negaron. Otros, como el ñandú y el flamenco, llegaron demasiado tarde. El zorrino iba tan contento al encuentro de la criatura que, interceptado por el gigante, no supo guardar el secreto. Así enterado, Nóshtex se dirigió a grandes pasos hacia la laguna, pero el pecho-colorado, instruido por Terr-Werr lo distrajo con su canto. Por eso no llegó a tiempo para ver cómo el cisne se acercó al niño nadando majestuosamente y lo colocó sobre su lomo, ni cómo carreteó luego para levantar vuelo. Sólo alcanzó a distinguir en el cielo un pájaro blanco que, con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba decididamente hacia el oeste.

Así, en su colchoncito de plumas, se alejaba el protegido de Kóoch hacia la tierra salvadora de la Patagonia.

Fuentes varias de Internet.

martes, 23 de marzo de 2010

LEYENDA DE LOS SIETE EXPLORADORES

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Isla de Pascua



Los historiadores han aceptado la existencia de Hotu Matúa y las circunstancias de su llegada a la Isla de Pascua. Y en este marco analizan el relato de los siete exploradores.

El mito señala que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete navegantes llegaron a la isla buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame, (tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla.

Varios estudiosos han rescatado de este mito algunos hechos comprobables: que cuando Hotu Matúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; que ya existía en ella el ñame; y que también había moais.

Otros deducen además, que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el lugar; o tal vez a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de Hotu Matúa.

Los hechos han permitido establecer que el rey Hotu Matúa murió 20 años después de su llegada a la isla y que le sucedió su hijo mayor, Tuu Maheke.

El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que falleció en 1886, y aunque los pascuenses gustan de pensar que la sucesión dinástica no tuvo desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones.

Se sabe que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración.

El origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de aquellos que entonces se consideraban “nativos”.

A los nuevos habitantes se les llamó Hanau eepe, lo que literalmente quiere decir “raza ancha”, y en efecto, éstos eran más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar.

Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas razón por la cual muchos antropólogos los asocian con los incas y sus nobles orejones descritos por Francisco Pizarro en sus informes. Pero éste, como muchos otros es un misterio no desentrañado aún.

Por el momento, los orejas cortas y los orejas largas son protagonistas históricos de origen confuso, pero cuya existencia está afianzada con reales testimonios en el pasado.

Fuente: http://www.geocities.com/folclorechileno/mitosley.htm

lunes, 22 de marzo de 2010

EL PINO CORDILLERANO


Esta es una leyenda araucana, recogida por Berta Koessler en Neuquén, se refiere al pehuén o pino cordillerano o araucaria impricata, que forma densos bosques en los Andes Patagónicos del mencionado territorio, especialmente.

Según la misma cierta vez una ñiuke (madre india), viendo que el invierno llegaba y su esposo Kalfu-Kir (Lagarto Azul) no retornaba al calor de la ruca (choza indígena araucana), rogó a su hijo le buscara en todo el valle y más allá de las montañas.

El koná (joven), provisto por su madre de alimentos y abrigos, inició la marcha, que se hacía en medio del desolado ambiente. Un día por fin vio un pehuén, y como no podía seguir de largo sin hacerle una ofrenda, colgó de una de sus ramas los zapatos.

Prosiguió su marcha y se encontró con una tribu desconocida que, después de recibirle cordialmente, le robaron y lo ataron de pies y manos para que no pudiese moverse, expuesto a las furias del trapial o nahuel (tigre).

Su madre, que presentía la desgracia, salió a buscarle, y en el camino encontró primero los restos de Kalfu-Kir, por cuya razón se cortó los cabellos que cubrían su frente.

Luego prosiguió la búsqueda del muchacho. Mientras tanto, éste, estando a punto de expirar, vio en la lejanía un pehuén, y exclamó dolorosamente: "¡Oh, si tú fueras mi madre, tú bueno y verde árbol de dilatado ramaje! ¡Ñiuke, ñiuke, ven, ven!…

"Fue entonces que el pehuén desgarró sus raíces de la tierra y se acercó al indio. Le cubrió con sus ramas, le defendió de las fieras con sus espinas, y alejó la nieve que caía sobre su cuerpo.

Mientras llegó la abnegada mujer y le desató las ligaduras, haciéndolo revivir con sus caricias maternales. Agradeció ella al árbol su bondad y no sólo le dejó los zapatos que ya le había ofrendado su hijo, sino que le puso los suyos.

Entonces empezaron el camino de retorno, acompañados por el pino sagrado hasta donde fue necesaria su protección. Cuando se detuvo, dieron al lugar el nombre de Ñiuque porque "el hijo así había también llamado al árbol.

Más tarde -dice Koessler- hombres que no conocían el suceso, lo cambiaron por Neuquén, que es el nombre del lugar hoy día.

Algunos nativos, empero, dicen Ñudque, pero siempre significa: Madre.

De las semillas desprendidas, los sabrosos piñones, crecieron árboles que, como eran descendientes del árbol sagrado, se multiplicaron tan rápidamente que originaron densos bosques: nacieron del árbol madre, que recorrió todo el Mapu (mundo) para buscar al otro árbol, el pehuén macho, del cual se sentía emparentado.

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/el-pehuen.html

domingo, 21 de marzo de 2010

PRAKASH QUERÍA VER A DIOS


PRAKASH era un hombre santo y estaba muy orgulloso de ser un hombre santo.

Como ansiaba ver a Dios, naturalmente se alegró muchísimo cuando Dios le habló en un sueño: "Prakash, ¿quieres verme y poseerme de veras?"

-"Por supuesto que quiero, replicó impaciente Prakash. Este es el momento que he estado esperando. Me contentaría incluso con un solo vislumbre vuestro"

-"Así será, Prakash. En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré".

Al día siguiente el hombre santo se despertó excitado después de una noche inquieta.

La vista de la montaña y la idea de ver a Dios cara a cara casi le obligaban a alzarse del suelo.

Entonces comenzó a pensar para sí mismo qué presente podría ofrecerle a Dios. Sin duda Dios esperaría un presente; pero, ¿qué podía encontrar digno de Dios?

-"Ya lo sé, pensó. Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará. Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo".

Estuvo pensando mucho y asiduamente en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata? ¿Diamantes u otras piedras preciosas? Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.

-"Sí, pensó al final; le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará él de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi ayuda y servicio a los demás, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras".

Prakash se sentía ahora contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría, y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord de ellas. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón.

Cuando estuviera lleno a rebosar lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

Finalmente, con su precioso jarrón lleno hasta los bordes de piedrecitas, Prakash se puso en camino hacia la montaña. A cada paso del camino se repetía lo que debía decirle a Dios. "Mira, Señorr: ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí, estoy seguro de que te gustará y que estarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora".

Prakash siguió subiendo deprisa la montaña, donde tenía su cita con Dios. Repitiéndose todavía su discurso y jadeante ahora de expectación, llegó trémulo de ilusión a la cumbre.

Pero, ¿dónde estaba Dios? No se le veía en ningún sitio. "Dios, ¿dónde estás? Me invitaste aquí y yo he mantenido mi palabra. Aquí estoy; pero, ¿dónde estás tú? No me decepciones.

“Por favor, muéstrate". Lleno de desesperación, el santo hombre se echó al suelo y rompió a llorar.

Entonces, de repente, oyó una voz que descendía retumbando de las nubes: "¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Eres tú, Prakash? No te veo. ¿Por qué te escondes? ¿Qué has puesto entre nosotros?"

"Sí, Sr. Soy yo. Soy yo, Prakash. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para ti".

"Pero no te veo, ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón?. No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista. Arrójalo lejos. “Vuélcalo".

Prakash apenas podía creer lo que estaba oyendo.

¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas?

"No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para ti. Lo he llenado con mis…

-Tíralo, Prakash. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él.

“Deseo abrazarte, Prakash. Te quiero a ti".

Pedro Ribes, Parábolas y fábulas para el hombre moderno, Ed. Paulinas, Madrid, 1992